sábado, 23 de agosto de 2014

Introducción










La envidia es una emoción que se puede evitar concentrándose en uno mismo y en los propios objetivos. Es un sentimiento muy destructivo porque paraliza el desarrollo personal, tratando de perseguir los propósitos de los demás y mantiene a la persona amargada, agresiva y desesperanzada.
La envidia consiste en creer que se puede ser más feliz si se tiene lo que tienen los otros o si se es como ellos, sin poder reconocer todo lo que sí se tiene y que se ha alcanzado ser.

A un envidioso le desagrada el bien o la felicidad del otro y desea estar en su lugar.
La gente suele envidiar a los que triunfan, a los que tienen dinero y propiedades, a los que tienen una familia, hijos, pareja o amigos.

La intención última del envidioso es quitarle al otro lo que tiene y apropiarse de sus logros.

La persona exitosa siempre será envidiada, criticada y si es posible destruida.

La envidia pone en evidencia la propia inferioridad e incapacidad para emprender los propios desafíos.

El que envidia consume gran cantidad de energía en los demás tratando de juzgarlos y criticarlos en lugar de orientar su atención hacia el logro de sus propios sueños.

Muchos actos de violencia como los homicidios, fraudes, abusos, maltratos, los produce la envidia, porque se desea lo que los otros tienen.

La gente decadente, incapaz de hacer nada por sí misma suele ser envidiosa y el que está seguro de sí mismo, se valora y sabe lo que quiere no puede sentir envidia.

Tanto los hombres como las mujeres pueden ser envidiosos; tal vez las mujeres lo expresen más que los hombres, pero ellos suelen mantener ese sentimiento mejor guardado.

Para saber si uno es o no envidioso tenemos que preguntarnos si nos molesta el éxito que tienen los demás; si somos incapaces de reconocer los aciertos que tienen otros; si nos incomodan los halagos que le hacen a otros o si le prestan más atención o afecto; si nos damos cuenta de que queremos ser el centro de la atención; si habitualmente criticamos a personas que no conocemos bien; si nos alegramos cuando un exitoso fracasa; si siempre pretendemos un trato diferencial; o si creemos que los demás no nos valoran lo suficiente.


En este blog se quiere exponer un tema que de cierta manera nos toca todos en toda nuestra vida respondiendo algunas preguntas que nos harán comprender un poco mas y saber mas sobre este tema 

La Envidia

Esta pregunta siempre a estado presente, y tiene que ver con el origen de la envidia. A lo largo de toda la historia, ya sea entre filósofos o hombres de religión, se han preguntado si la envidia es innata o si es solo reactiva, ante cualquier suceso frustran te  en la vida de la persona.
a partir de la "caída del pecado original" se extrenderia de forma universal e innata a todos los hombres;mientras que las religiones orientales, como el taoísmo,Budismo  e hinduismo, lo ubican en un momento indeterminado de cada persona.

el budismo no  admire la existencia del mal en si mismo, sino que fundamentalmente es un error y la naturaleza ultima de todos los seres es perfecta. Esa perfección permanece en el fondo de nosotros incluso cuando se halla oscurecida por la ignorancia, el deseo,la envidia o el odio.No ha existido, como en el cristianismo, ninguna caída en el pecado sino simplemente un olvido de esa naturaleza originaria  
por tanto, diciendo que las religiones cristiana, judia y musulmana se mueven en esa direccion "innaista", mientras que para los orientales es "reactiva".
Uno de los autores de mayor influencia respecto a este concepto, a traves de los tiempor ha sido Aristoteles. en sus dos grandes obras: "Retorica"y "Ética Nicomanaquea".
La diferencia existe entre ambas consiste en que: en la primer, el planteamiento que analiza las conductas humanas es segun criterios normativos de las vitudes y los vicios, mientra que en la "Retorica", queda invertido a favor del punto de vista cotrario, segun el cual las acciones virtuosas o viciosas resultan del talante y de los estados pasionales de los hombres. Aristoteles reconoce la existencia del bien y del mal en el interior del hombre, lo que lo llevo hacia una postura "innaista" , por lo que menciona la existencia de una naturaleza envidiosa. También este realiza un profundo estudio de la envidia "reactiva" provocada por la frustracion que produce la comparacion con el envidiado.
Existen sin embargo, autores filosóficos cuyas opiniones divergentes, son dignas de mencionar, como alternativas a la concepción innatista de la envidia. Me refiero a ciertos autores “reactivistas” como Rousseau, Locke y A. Smith que opinan que este afecto no es extensible a todos los individuos. En el caso de Locke, según su concepción del “estado de naturaleza” la envidia innata no podría darse puesto que: “El estado de naturaleza tiene una ley que obliga a todos; y la razón, que es esta ley, enseña a todos los hombres que la consultan, que son iguales e independientes y que nadie debe dañar a otro en su vida, su salud, su libertad o sus bienes, ya que todos los hombres son criaturas de Dios
En el caso de Rousseau que considera la “civilización” la generadora de la envidia supedita la existencia de un individuo "no envidioso" a la conservación de su estado incivilizado y asocial. El estado de naturaleza hipotético ‐según este filósofo‐ se explicará haciendo abstracción de la sociedad misma. Rousseau imagina al hombre “vagando por los bosques, sin industria, sin lenguaje y sin hogar, ajeno por igual a toda guerra y a todo lazo, sin necesidad de sus semejantes ni desear dañarles. El hombre se retrata así privado de vida social y sin haber alcanzado aún el nivel de reflexión. Un hombre así no tendría cualidades morales pero no por ello ha de ser un vicioso. Es decir, el que no tuviera la idea de bondad, no significa que fuera malo. Spinoza, sin embargo, nos ofrece una opinión completamente diferente con lo que dice Rousseau, afirmando que como todo hombre tiene el impulso natural a auto‐conservarse, tiene derecho a valerse de cualquier medio para conseguirlo y a tratar como enemigo a cualquiera que se lo obstaculice. En realidad, dado que los hombres están muy expuestos a las pasiones de la ira, la envidia y el odio en general, “los hombres son naturalmente enemigos”. En su Tratado Político, resume la dinámica de sentimientos, descrita en la “Etica” y que va de la envidia y la ambición, a la guerra de todos contra todos. Así dirá que los hombres están más inclinados a la venganza que a la misericordia, deseando que los demás vivan según el criterio de uno; señala además que el que sale victorioso se gloría más de haber perjudicado a otro que de haberse beneficiado él mismo. Es interesante la opinión que aporta de la eficacia del mandamiento del amor al prójimo propio de la religión cristiana desde su visión de la naturaleza humana, pues declara que éste tiene escaso poder sobre los afectos.`
A. Smith considera como “arriesgada” su afirmación de que exista la posibilidad de que no haya envidia: “...La conclusión obvia es que nuestra propensión a simpatizar con la tristeza debe ser muy fuerte y nuestra inclinación a simpatizar con la alegría debe ser muy débil. A pesar de este prejuicio me arriesgaré a afirmar que cuando no hay envidia, nuestra propensión a simpatizar con el gozo es más intensa que nuestra propensión a simpatizar con la aflicción.

¿Que lleva consigo la envidia?




La envidia, está emparentada con los celos y el odio. No se envidia lo que posee el envidiado, sino la imagen que el envidiado proyecta como poseedor del bien. La envidia revela una deficiencia de la persona que la experimenta. La tristeza del envidioso no está provocada por una pérdida, sino por un fracaso, por no haber conseguido. Es una relación de odio. Odio al envidiado por no poder ser como él. Odio también a sí mismo por ser como es. La envidia está muy relacionada con los celos, pero éstos implican una relación triangular –sujeto, objeto y rival-, mientras que la envidia es dual. El envidioso recela del otro porque, a su juicio, le opaca y le hace sombra.

A juicio de santo Tomás, el peor odio contra otro es a causa de la envidia, no de la ira: “el bien mismo del prójimo nos entristece y, por lo tanto, se nos hace odiable”, pues siempre se odian los motivos de la tristeza. Continúa el Aquinate: “Por la ira deseamos el mal del prójimo en cierta medida, es decir, bajo el concepto de venganza; mas por la continuidad de la envidia llega el hombre a desear en absoluto el mal del prójimo.Resulta pues claramente que el odio es causado formalmente por la envidia según la naturaleza del objeto, y por la ira sólo dispositiva mente. El paso de la envidia al odio es sutil y frágil, casi imperceptible. El ingrediente ya lo había señalado Platón en el Filebo: al envidioso le parecen injustos el triunfo, la salud, la riqueza, la virtud, la honra o lo que sea del envidiado. Por eso afirma Sócrates que dolerse de la desgracia ajena es una injusticia y que, en algunos, los llamados fuertes, desemboca en odio. Aristóteles completa el argumento, recuperado más tarde por Tomás de Aquino, cuando explica que la envidia se siente frente a los iguales o semejantes, en la medida en que se van alejando de nosotros. Dicho con otras palabras, difícilmente se experimenta la envidia con los superiores; aparece cuando alguien igual a uno comienza a ascender hacia el éxito: “la envidia es un pesar turbador que concierne al éxito, pero no del que no lo merece, sino del que es nuestro igual o semejante”. Y en otro lugar asegura que “envidiamos a quienes nos son próximos en el tiempo, lugar, edad y fama”. Poco después insiste: “la envidia consiste en cierto pesar relativo a nuestros iguales por su manifiesto éxito en los bienes citados, y no con el fin de obtener uno algún provecho, sino a causa de aquéllos mismos. En consecuencia se sentirá envidia de quienes son nuestros iguales o así aparecen”.

Aristóteles señala un nuevo tipo de envidia cuando dice que “también son envidiosos los que poco les falta para tenerlo todo, ya que piensan que todos quieren arrebatarles lo que es suyo”. Esta modalidad es típica entre los hombres de acción y de política, especialmente entre los tiranos o dominadores. Como se ha constatado a lo largo de los siglos, este sentimiento degenera en odios que se consumen con terribles injusticias.

Unamuno ha dejado una magnífica descripción de los sentimientos revueltos y revoltosos de un hombre atormentado por la envidia. En su novela Abel Sánchez, cuando Joaquín nota que la relación entre Abel y Helena iba ya muy avanzada y cuando todo hacía presagiar que una boda, escribe Joaquín en su Confesión: “Pasé una noche horrible, volviéndome a un lado y otro de la cama, mordiendo a ratos la almohada, levantándome a beber agua del jarro del lavabo. Tuve fiebre. A ratos me amodorraba en sueños acerbos. Pensaba matarles y urdía mentalmente, como si se tratase de un drama o de una novela que iba componiendo, los detalles de mi sangrienta venganza, y tramaba diálogos con ellos. Parecíame que Helena había querido afrentarme y nada más, que había enamorado a Abel por menosprecio a mí, pero que no podía, montón de carne al espejo, querer a nadie. Ya la deseaba más que nunca y con más furia que nunca. En alguna de las interminables modorras de aquella noche me soñé poseyéndola y junto al cuerpo frío e inerte de Abel. Fue una tempestad de malos deseos, de cóleras, de apetitos sucios, de rabia. Con el día y el cansancio de tanto sufrir volvióme la reflexión, comprendí que no tenía derecho alguno a Helena, pero empecé a odiar a Abel con toda mi alma y a proponerme a la vez ocultar ese odio, abonarlo, criarlo, cuidarlo en lo recóndito de las entrañas de mi alma. ¿Odio? Aún no quería darle su nombre, ni quería reconocer que nací, predestinado, con su mesa y con su semilla. Aquella noche nací al infierno de mi vida” (Abel Sánchez. Una historia de pasión, pp. 27-28). Otro pasaje digno de mención en este lugar es “La intrusa” de Jorge Luis Borges, cuento que recogió en El informe de Brodie. En ese cuento, la envidia mezclada con los celos sí acaba en asesinato.

En ocasiones con una faz distorsionada, en otras descarada y desnuda, la envidia está metida en la esfera pública hasta los tuétanos. El resentimiento y el racismo son los rostros de la envidia social. Quizá valga la pena recordar en tiempos de guerra las palabras del profesor Martí: “Parece estar de moda el catastrofismo: se comentan más los dolores que las alegrías; porque tal vez la audiencia de la queja provoque menos envidias, que la manifestación de las alegrías.